Niños y más niños. Veo niños por todas partes.
Y me encanta.
Hoy ha sido un día horrible, de esos para olvidar entre las sábanas.
Supongo que ha sido el cúmulo de toda la semana. Mucho café por las mañanas, muchos kilómetros al volante, muchos camiones dispuestos a dejarme como un sello de correos, muchos niños, muchos gritos, mucha música, muchas matemáticas, lengua, ciencias, programaciones.
Se me forma un hueco en el pecho y un charco en los ojos. Y ruedan las lágrimas como canicas cristalinas.
Resumiendo: nervios, estrés, ansiedad,...
Tomo café para no dormirme al volante. Lo consigo, no me duermo. Pero me paso el día con taquicardia. Con taquicardia pero sin energía ni fuerza para hacer nada. Rendida. Y sí, tomo vitaminas, como bien, poco pero bien. Algo falla.
Hoy he sonreído poco. Ya con esto lo digo todo.
Pero esta tarde, mientras paseaba, tuve una emocionante sorpresa. Escuché mi nombre. Era la voz de unas niñas. Se oía entre los árboles del parque. De pronto se acercaron corriendo, tras la valla. Eran dos de mis alumnas del curso pasado. Sonreían, sonreían con la boca y con los ojos. Me emocionaron. Corrieron a llamar a otro de mis alumnos, uno muy especial. El niño no se creía que yo estuviese ahí. No venía. Le hice un gesto con el brazo y corrió raudo y veloz. Le dije "no se te ocurra saltar desde ahí arriba" (estaba tras una valla y en alto) a lo que me contestó "eso que te lo crees tú!" y sin detenerse, saltó, se puso frente a mí y me abrazó. Me abrazó sólo medio cuerpo porque es pequeño, pero fue uno de los abrazos más dulces que me han dado nunca.
Fue este niño el que me arrancó una lagrimilla el último día de clase. Cuando ya todos habían salido del aula, se fue despacio y a medio pasillo, se giró y, mientras caminaba hacia atrás, me miró y me dijo, con sus enormes ojos castaños llenos de lágrimas: "me alegro mucho de haberte tenido como maestra".
Estuve charlando con ellos un rato. No veía el momento de despedirme y seguir mi camino. Me dieron besos y más besos. El niño, besos y abrazos. Seguí andando. No pasó ni un minuto cuando me di cuenta de que me estaban siguiendo bien de cerca. Querían más besos, más abrazos. Me hubiera quedado toda la noche con ellos.
Cómo se puede querer así, cómo.
Y me encanta.
Hoy ha sido un día horrible, de esos para olvidar entre las sábanas.
Supongo que ha sido el cúmulo de toda la semana. Mucho café por las mañanas, muchos kilómetros al volante, muchos camiones dispuestos a dejarme como un sello de correos, muchos niños, muchos gritos, mucha música, muchas matemáticas, lengua, ciencias, programaciones.
Se me forma un hueco en el pecho y un charco en los ojos. Y ruedan las lágrimas como canicas cristalinas.
Resumiendo: nervios, estrés, ansiedad,
Tomo café para no dormirme al volante. Lo consigo, no me duermo. Pero me paso el día con taquicardia. Con taquicardia pero sin energía ni fuerza para hacer nada. Rendida. Y sí, tomo vitaminas, como bien, poco pero bien. Algo falla.
Hoy he sonreído poco. Ya con esto lo digo todo.
Pero esta tarde, mientras paseaba, tuve una emocionante sorpresa. Escuché mi nombre. Era la voz de unas niñas. Se oía entre los árboles del parque. De pronto se acercaron corriendo, tras la valla. Eran dos de mis alumnas del curso pasado. Sonreían, sonreían con la boca y con los ojos. Me emocionaron. Corrieron a llamar a otro de mis alumnos, uno muy especial. El niño no se creía que yo estuviese ahí. No venía. Le hice un gesto con el brazo y corrió raudo y veloz. Le dije "no se te ocurra saltar desde ahí arriba" (estaba tras una valla y en alto) a lo que me contestó "eso que te lo crees tú!" y sin detenerse, saltó, se puso frente a mí y me abrazó. Me abrazó sólo medio cuerpo porque es pequeño, pero fue uno de los abrazos más dulces que me han dado nunca.
Fue este niño el que me arrancó una lagrimilla el último día de clase. Cuando ya todos habían salido del aula, se fue despacio y a medio pasillo, se giró y, mientras caminaba hacia atrás, me miró y me dijo, con sus enormes ojos castaños llenos de lágrimas: "me alegro mucho de haberte tenido como maestra".
Estuve charlando con ellos un rato. No veía el momento de despedirme y seguir mi camino. Me dieron besos y más besos. El niño, besos y abrazos. Seguí andando. No pasó ni un minuto cuando me di cuenta de que me estaban siguiendo bien de cerca. Querían más besos, más abrazos. Me hubiera quedado toda la noche con ellos.
Cómo se puede querer así, cómo.
No me hagáis esto, que estoy sensible. xD
ResponderEliminarMe siento la persona más afortunada del mundo por trabajar con quiénes trabajo.
ResponderEliminarEsto es un lujo : )
Un besazo,
AL.
(y cosas...)